Tal y como las cosas se han puesto es más fácil disfrutar de Halloween que oponerse a ejércitos de las tinieblas de metro y medio de altura en su pugna por arrebatar la vida de cualquier golosina, chuche u osado osito de goma que, inadvertido, asome la cabeza estos días.
Y en estas ha caido en mis manos una de las delicatessen de mi bien amado y nunca suficientemente loado, Neil Gaiman.
Cada una de las palabras, cada situación inverosímil, esos rinconcitos absurdos y sui generis, cada vuelta de tuerca inesperada y, por supuesto, todos y cada uno de los singulares personajes, aparecen primorosamente trenzados componiendo una malla compacta de impresiones.
No sé cómo describirlos.
Son libros para saborear, como un añejo licor, fuerte y dulce.
Tardes de invierno y un buen libro.
Qué bello es vivir, a veces.
P.D.: de postre, el propio autor narra una introducción.
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