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lunes, 10 de mayo de 2010

Espadachines borrachines

No se me puede pasar, una vez sacado a colación el libro 'a puerta cerrada' de Laurence Rees la siguiente anécdota, también rediviva por acontecimientos recientes.

[...]iba a tener lugar la entrega ceremonial de la espada de Stalingrado al dirigente soviético de manos de Churchill.[...] Cuando Churchill entregó la espada a Stalin, éste, "conmovido a ojos vista, besó la empuñadura y la tomó para enseñársela a Roosevelt, quien, [...] se la tendió al único militar de cierta graduación que tenía allí : Voroshílov. Al cogerla éste, se salió de la vaina,y él la fue a apretar contra su pecho y empeoró aún más la situación al hacer que se le cayera en un pie. Turbado y rojo como un tomate, acabó por arreglárselas para envainarla y miró a Stalin con ojos gachos, convencido, sin duda de que le esperaba un buen rapapolvo"

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